Por Karina Libien
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En abril de 2025, un grupo de encapuchados irrumpió en la Rectoría de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), en Toluca, declarando una supuesta toma por causas “estudiantiles”.
Sin embargo, lo que en apariencia era una protesta legítima, pronto mostró signos de ser algo más turbio: no hubo pliego petitorio inicial, no se identificó a ninguna organización universitaria reconocida, y los participantes evitaron mostrar matrícula o vínculo institucional.
La rectoría fue ocupada con violencia, se bloquearon oficinas, y se paralizó la operación administrativa sin justificación clara.
Lo más grave es que los verdaderos estudiantes de la UAEMéx no respaldaron unánimemente la acción.
En redes sociales, alumnos y docentes denunciaron la presencia de actores externos infiltrados, ajenos a la comunidad universitaria, que usaban el discurso estudiantil para encubrir actos porriles.
También se alzaron voces institucionales que alertaron sobre amenazas a la autonomía universitaria.
Este fenómeno no es nuevo, pero sí alarmante por su degradación. En 1968, los estudiantes tenían rostro, demandas, propuestas y liderazgo.
Eran reprimidos por desafiar al sistema, no por ocultarse tras él.Hoy, la toma de espacios universitarios no se acompaña de debate ni de organización: se impone con capuchas, sin rostro, sin proyecto, con la violencia como única narrativa.
La paradoja es que se invoca el lenguaje del 68 -autonomía, resistencia, lucha- para traicionar su legado. Los movimientos actuales carecen de identidad clara y muchas veces sirven como vehículo para intereses ajenos a la educación.
Hoy, la revolución universitaria parece redactada en PowerPoint por algún asesor legislativo con tiempo libre.
¿Quién lidera a estos grupos?
Existen señalamientos persistentes sobre la infiltración de grupos porriles usados como operadores políticos dentro de universidades.
En el caso de la UAEMéx, un testimonio de un alumno encapuchado denunció que la “Asamblea Universitaria” estaba vinculada al Frente Popular Revolucionario (FPR) y al Partido Morena, señalando incluso que dos de sus integrantes habían actuado de manera violenta dentro de la toma de Rectoría.
El mismo testimonio advirtió que el movimiento estaba “siendo manipulado políticamente”.
Es decir, no eran estudiantes, sino activistas con vocación teatral, que encontraron en la capucha no una forma de protesta, sino un contrato de anonimato útil para ejecutar sin consecuencias.
Si la toma hubiese tenido un guion, habría comenzado con: “En una universidad muy, muy lejana, un grupo de falsos estudiantes planea salvar al pueblo… desde la oficina del rector”.
Las autoridades responsables
Frente a los hechos, las principales autoridades que deben rendir cuentas y actuar son:
Rectoría de la UAEMéx, encabezada por Carlos Eduardo Barrera Díaz, que denunció la ocupación del inmueble mientras veía cómo la universidad se convertía en set de película de guerrilla urbana.
El Gobierno del Estado de México, dirigido por la gobernadora Delfina Gómez Álvarez, que ha demostrado una capacidad asombrosa para no ver lo que ocurre frente a sus narices.
La Secretaría de Seguridad estatal, que prefirió contemplar la toma desde afuera, con la misma actitud con la que uno observa una tormenta por la ventana: sin mojarse.
La Fiscalía del Estado de México (FGJEM), silenciosa, como si esperara que la justicia se resolviera por ósmosis.
La Secretaría de Educación estatal, cuyo mutismo ha sido tan estruendoso como su ausencia de postura ante la parálisis académica.
En resumen, todos presentes, todos ausentes, como en un acto simbólico de gobierno posmoderno, donde el cargo importa más que la función.
El riesgo de callar
La protesta auténtica es parte del alma universitaria.
Pero cuando se contamina de intereses externos o de manipulación partidista, deja de ser voz crítica para convertirse en botín.
La inacción institucional, tanto de las rectorías como de los gobiernos, permite que estas prácticas se normalicen.
Es urgente que se nombre el problema: la simulación disfrazada de protesta no es disidencia, es violencia organizada. No toda toma es legítima. No todo encapuchado es estudiante. Y no toda consigna es causa.
El espíritu de 1968 fue resistencia con rostro, con dignidad y con razones.
Lo que hoy asoma en algunas universidades es su parodia: una sombra usada por otros para ganar poder, espacios o contratos.
Defender la autonomía implica también protegerla de quienes la usan como fachada, aunque lleguen en nombre de causas nobles y salgan con fotocopias de convenios debajo del brazo.