Por Karina Libien
Hospitales colapsados, quirófanos cerrados y mentiras oficiales
Mientras el gobierno repite que “el sistema de salud funciona como en Dinamarca”, los pacientes en México agonizan sin medicinas, sin doctores, sin insumos básicos. La realidad en clínicas y hospitales es brutal: un colapso institucional disfrazado de logros ficticios, una emergencia nacional que se intenta maquillar con propaganda diaria.
Sin medicinas, sin humanidad
La falta de medicamentos es una constante en hospitales públicos. No se trata sólo de fármacos especializados; faltan analgésicos, antibióticos, sueros, insulina.
Madres desesperadas recorren farmacias buscando tratamiento para sus hijos; pacientes con cáncer deben suspender quimioterapias; enfermos crónicos, como diabéticos o hipertensos, son condenados al deterioro.
Cada vez más personas deben costear de su bolsillo lo que antes era cubierto por el Estado. Una consulta en el IMSS o el ISSSTE puede terminar con una receta vacía y la orden implícita de “buscar en la farmacia de la esquina”.
Así, el sistema de salud se convierte en una ruleta en la que sólo sobrevive quien puede pagar.
Personal médico: ausente y colapsado
Médicos y enfermeras no sólo escasean: están agotados, mal pagados, desprotegidos. Se han prometido miles de plazas en zonas rurales y hospitales de alta demanda, pero lo cierto es que muchas de estas vacantes no se cubren o simplemente no se pagan. En muchas unidades no hay especialistas.
Cirugías se posponen durante meses.
Una fractura puede significar esperar semanas para ver a un ortopedista. El personal restante trabaja con horarios inhumanos, sin herramientas, en condiciones precarias. Los doctores no se dan abasto; las enfermeras son pocas y tienen que cubrir tres turnos seguidos.
Infraestructura podrida
En lugar de hospitales, tenemos ruinas.
Edificios con filtraciones de agua, quirófanos clausurados por falta de mantenimiento, elevadores fuera de servicio, áreas médicas inundadas cada temporada de lluvias.
En varios estados, las instalaciones hospitalarias están al borde del colapso estructural: los techos se caen, las salas se inundan, los pacientes son acomodados en pasillos o incluso en patios. No hay ventilación adecuada, los aires acondicionados fallan, y los sistemas eléctricos son un riesgo permanente.
El personal médico tiene que improvisar: ventilar manualmente, operar sin luz suficiente, esterilizar equipos con métodos rudimentarios. Y mientras tanto, las autoridades aseguran que “todo está en orden”.
Sin instrumentos ni limpieza
El horror se profundiza en quirófanos que no pueden operar por falta de material básico: bisturís, pinzas, guantes, anestesia.
El equipo se reutiliza hasta que se rompe. No hay presupuesto para renovar nada.Y lo más indignante: la limpieza brilla por su ausencia.
Muchas clínicas no cuentan con personal de intendencia porque los contratos han sido cancelados o simplemente no se han renovado. Los baños están sucios, las camillas llenas de sangre, las sábanas sin lavar.
¿Quién puede sanar en un entorno plagado de bacterias? Los hospitales se han convertido en focos de infección.
El quirófano, que debería ser la zona más estéril, se convierte en una amenaza de muerte por contaminación.
Sin seguridad, sin ley
A esto se suma la inseguridad dentro y fuera de las unidades médicas. Robos de equipo, asaltos a personal, saqueo de ambulancias. Los trabajadores de la salud denuncian amenazas constantes, pero nadie los protege.
Las instalaciones carecen de vigilancia.
En algunos hospitales rurales, los médicos deben salir antes del anochecer para evitar ser atacados.
Otros han renunciado por miedo o han emigrado. La violencia también mata, y el gobierno no responde.
Un sistema en ruinas, un gobierno ciego
Frente a esta catástrofe, la respuesta oficial es cínica. Se presume una Megafarmacia que no surte nada.
Se inauguran hospitales vacíos o se reinauguran los ya existentes como si fueran nuevos.
Se anuncian convenios con otros países para importar médicos que jamás llegan o no están capacitados para operar en el sistema mexicano.
El discurso está lleno de eufemismos.
En la realidad, el sistema de salud ha sido abandonado.
La Cuarta Transformación se comprometió a garantizar el derecho a la salud, pero ha entregado ruinas, abandono y muerte.
Un país enfermo, un pueblo indefenso
Hoy en México enfermarse es un acto de alto riesgo.
No hay medicamentos, no hay atención, no hay dignidad.
Las familias venden lo que tienen para pagar una resonancia, una cirugía o una cama en hospital privado.
El pueblo paga dos veces: con sus impuestos y con su sufrimiento. Mientras tanto, el gobierno aplaude la simulación.
La salud pública se ha convertido en una farsa, en un símbolo del fracaso institucional más grave de nuestro tiempo.
El sistema de salud mexicano no está “en vías de mejora”.
Está destruido. No por falta de talento médico o de voluntad social, sino por negligencia política, corrupción e indolencia. Mientras se reparten medallas y se difunden cifras maquilladas, millones de mexicanos enfrentan el abandono más cruel: el de un Estado que, cuando más se necesita, simplemente no está.