Una vez más, el municipio de Tultepec, Estado de México, se ve envuelto en una tragedia provocada por una explosión relacionada con la fabricación o almacenamiento de pirotecnia. Este suceso, lamentablemente frecuente en la región, dejó un saldo de muertos, heridos, y cuantiosos daños materiales. Pero más allá de las cifras, lo que vuelve realmente alarmante es la repetición sistemática de estos hechos, la falta de soluciones estructurales y el olvido institucional que sigue pesando sobre esta comunidad.
Tultepec es conocido a nivel nacional por su larga tradición pirotécnica, una actividad que no solo representa una fuente de ingreso para muchas familias, sino también un símbolo cultural y de identidad. Las ferias del fuego, los castillos, los toritos y las celebraciones patronales son parte del orgullo local. Sin embargo, esta tradición ha cobrado un alto precio en vidas humanas. Desde hace décadas, las explosiones son parte de la historia reciente del municipio, y pese a cada tragedia, las condiciones de seguridad no han mejorado de manera significativa.
Las causas detrás de estas explosiones suelen estar relacionadas con el manejo inadecuado de materiales altamente inflamables en talleres improvisados o con permisos irregulares, donde frecuentemente se incumplen las normas de seguridad. Aun cuando existen leyes y reglamentos específicos para la fabricación de pirotecnia, su aplicación ha sido ineficiente. Las autoridades locales, estatales y federales han fallado de manera sistemática en prevenir estas tragedias, muchas veces por desinterés, corrupción o simplemente por la falta de una política pública seria y articulada.
Resulta alarmante que, después de tantas explosiones anteriores, aún no se haya logrado una reubicación adecuada de los talleres, la capacitación continua de los artesanos o la implementación de tecnologías más seguras. En cada suceso, los discursos oficiales prometen justicia, apoyo a las víctimas y medidas para evitar futuras desgracias, pero el patrón de negligencia se repite como una cruel rutina.
Además, el enfoque mediático suele centrarse en lo espectacular del desastre: columnas de humo, cuerpos entre los escombros, familias llorando. Sin embargo, rara vez se profundiza en las causas estructurales, ni en las redes de complicidad que permiten que la industria pirotécnica continúe operando en condiciones precarias. Se habla de tragedia, pero no de responsabilidad. Se lamenta la pérdida, pero no se exige la rendición de cuentas.
La explosión más reciente en Tultepec debe entenderse, entonces, no como un hecho aislado, sino como el síntoma de un problema mayor: la combinación letal entre la marginación social, la falta de opciones económicas y la desatención gubernamental. En lugar de criminalizar a quienes se dedican a esta actividad, el Estado debería asumir su responsabilidad, brindando alternativas económicas viables, promoviendo la formalización del sector pirotécnico, y garantizando condiciones de trabajo dignas y seguras.
Tampoco puede dejarse de lado la dimensión social y cultural del problema. No se trata simplemente de erradicar una tradición, sino de transformarla para que no siga costando vidas. Esto implica escuchar a la comunidad, trabajar con los propios artesanos, respetar su conocimiento, y al mismo tiempo dotarlos de herramientas para que puedan continuar con su oficio sin poner en riesgo su vida ni la de otros.
En última instancia, la explosión en Tultepec es una muestra más del abandono en que viven muchas comunidades mexicanas. Es un recordatorio doloroso de lo que ocurre cuando el desarrollo y la seguridad son privilegios de unos pocos. La indignación no puede ser momentánea ni selectiva: es necesario exigir políticas públicas sostenidas, no sólo para prevenir la próxima explosión, sino para dignificar la vida de quienes habitan y trabajan en Tultepec.
Porque ya no basta con lamentar, es urgente actuar. De lo contrario, seguiremos hablando de Tultepec únicamente cuando el fuego vuelva a estallar.