Olas de calor, inundaciones, sequías, desforestación, alza en el nivel del mar, incendios y afectaciones generalizadas de poblaciones vulnerables son los síntomas de una afección que golpea a todo el mundo: la crisis climática.
Los informes de entidades como la Organización Meteorológica Mundial o del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) han aportado un diagnóstico unánime: la Tierra se está calentando vertiginosamente por causa de la acción humana e impera detener las emisiones de gases de efecto invernadero antes de que sea demasiado tarde para evitar una catástrofe planetaria.
Durante el último lustro, el calentamiento se ha aproximado peligrosamente al límite de 1,5 ºC con respecto a los niveles registrados en la época preindustrial y ha superado con creces la estimación ideal para finales de siglo que se estableció en 2015 en el Acuerdo de París, con las ya visibles consecuencias.
Así las cosas, la crisis climática no es una promesa sino una realidad que se palpa en distintas ecorregiones, particularmente del Sur Global, aunque paradójicamente, sus poblaciones no sean las principales responsables de la tragedia.
De otro lado, aunque el abandono de la matriz energética basada en combustibles fósiles heredada del capitalismo industrial es una medida indispensable, su suficiencia está bajo escrutinio, tanto porque sobre sus sustitutos se ciernen dudas como por el hecho de que no se está poniendo en cuestión el modelo civilizatorio que se soporta en la sobreexplotación de la naturaleza.
Para Neyralda Lobo, investigadora del Laboratorio de Ecología Política del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), si bien la agenda ambiental se ha insertado dentro de la política internacional desde la década de 1970 y se han producido avances, “en términos fácticos, no ha habido un cambio real, estructuralmente hablando”.
Lobo apunta hacia los cimientos del modelo de explotación que ha generado el capitalismo –que ubica en el filo de la modernidad occidental–, donde el ser humano está separado de una naturaleza que debe ser dominada, así como de las limitaciones que este modo de vida impone a millones de personas, que en procura de la subsistencia, no tienen medios ni condiciones para reflexionar sobre los efectos de la acción humana sobre el ambiente y el clima.
“La gente que está ahorita buscando la materialidad de la vida, solucionando su alimento, no tiene tiempo para sentarse a pensar de qué manera está dividido y estructurado el mundo. Eso es algo sumamente complejo y [la gente] no tiene el tiempo para eso sino tiempo para buscar su materialidad y su día a día”, sentencia.
Desde su punto de vista, pese a que los diagnósticos parecen estar muy claros, el cambio en la matriz energética basada en combustibles fósiles no se vislumbra como una perspectiva tangible en el corto plazo, dadas las relaciones económicas y políticas que conforman el entramado social actual.
“Yo no creo que esto vaya a cambiar tan fácil. Primero, por la geopolítica en la que nos encontramos hoy en día. […]. O sea, hay relaciones y hay negocios que no van a dejar de funcionar ni van a dejar de existir. Entonces, pudiese decir que […] realmente lo que importa es lo económico y esa matriz económica”, asegura la especialista.
Esa realidad choca con la urgencia de implementar acciones para mitigar los efectos de la crisis, que ya ha empezado a sentirse con particular fuerza en América Latina, so pena de que se concreten escenarios catastróficos que afecten la vida de millones de personas.
“América Latina y el Caribe es una región mega diversa, una región que es muy vulnerable a los impactos de la emergencia climática […], todos los estados del Caribe están en riesgo por el aumento del nivel del del mar. Esto significaría la pérdida de territorio y la afectación del modo de vida de millones de personas. Estaríamos hablando entonces de una situación de millones de desplazados climáticos”, advierte, por su parte, Heryck Rangel, doctor en ecología del desarrollo y secretario nacional del Partido Verde de Venezuela.
En tales circunstancias, apunta, “se hace necesario que los gobiernos de América Latina y el Caribe sean más propositivos, más innovadores en la adopción de políticas públicas, tanto de adaptación como de mitigación del cambio climático”. De esto se desprende que pese a las declaraciones y preocupaciones compartidas, no se está haciendo lo suficiente.