Por Karina Libien
Horacio Duarte, el hombre que debería ser el operador político de Delfina Gómez y el encargado de desmantelar el caos en el Estado de México, sigue paseando por las mesas de seguridad como si el crimen no tuviera un rostro ni un nombre.
Ecatepec, Naucalpan, Toluca, Tlalnepantla… los nombres se repiten como un eco de fracaso.
La violencia sigue dominando las calles, pero la respuesta del gobierno sigue siendo la misma: simulación y cortinas de humo.
La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) de 2024 nos deja claro lo que Duarte no quiere escuchar: el 88.8 % de los habitantes de Ecatepec se sienten inseguros, y Naucalpan no se queda atrás con 85.6 %.
Municipios como Chimalhuacán y Tlalnepantla siguen siendo territorios donde el miedo se respira, pero el gobierno prefiere hablar de cifras maquilladas en lugar de enfrentar la cruda realidad.
Y mientras las comunidades se ahogan en inseguridad, Metepec se convierte en el ejemplo perfecto de la doble moral del gobierno: presume estar libre de homicidios dolosos en 2024, pero los rumores crecen.
Muertes encubiertas, casos desviados, y el silencio de las autoridades que prefieren ocultar los crímenes a darles la cara a los ciudadanos.
¿Quién puede creer que un municipio tan cercano a la capital se libró de la violencia sin pagar el precio de la impunidad? La simulación del gobierno es tan evidente que da miedo ¿Qué ha hecho Duarte para cambiar esta situación? ¿Qué no ha hecho? La policía sigue infiltrada, la depuración es sólo un mito, y las promesas de un “cambio” se desvanecen con cada nueva denuncia de corrupción.
Es más fácil colgarse medallas por una feria o un evento de “prevención”, pero eso no cambia la realidad de los barrios donde los jóvenes siguen siendo reclutados por los cárteles y las familias viven bajo el control de la delincuencia.
En este contexto, la prohibición de los corridos se suma como un absurdo más al catálogo de respuestas vacías del gobierno mexiquense.
Se prohíben los conciertos donde se interpreten corridos que “hacen apología del delito”, mientras los verdaderos criminales siguen patrullando las calles con armas, dinero y poder.
La Secretaría de Seguridad mexiquense argumenta que los corridos alteran el orden público y glorifican la violencia, pero en los barrios populares la gente ya no se sorprende por estas decisiones.
Lo que realmente preocupa es la violencia estructural que se desata desde las oficinas del gobierno, no desde una bocina.
“El cantante no dispara, ni la banda vende drogas” comenta un joven músico de Neza, que prefiere mantener su anonimato.
“Cantamos lo que vivimos, lo que vemos todos los días. Si a los políticos no les gusta, que cambien la realidad, no la canción.”
Pero claro, es mucho más fácil atacar a los artistas que a los criminales.
Es más sencillo silenciar una guitarra que meterle mano a un cártel.
En este juego de apariencias, el gobierno no combate el crimen: lo maquilla y lo oculta con prohibiciones absurdas.
Mientras las guitarras son calladas, las armas siguen sonando con fuerza en los rincones más oscuros del Edomex.
Es una tragicomedia.
El gobierno mexiquense pretende que con una moral selectiva y una prohibición musical va a tapar el agujero enorme de violencia y corrupción que arrastra al estado.
Lo que no sabe es que, mientras callan las guitarras, el pueblo sigue cantando su verdad. Y esa verdad, aunque les duela, suena mucho más fuerte que cualquier prohibición.