Por Karina Libien
El pasado 10 de abril, en una unidad del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), al menos 14 cirugías programadas fueron canceladas por la falta de medicamentos, insumos quirúrgicos e incluso ropa médica. Los pacientes, muchos de ellos en ayuno y con semanas o meses esperando una operación, fueron enviados de vuelta a casa con el mismo dolor físico y una incertidumbre aún más profunda.
Lo ocurrido no es un hecho aislado. Esta situación refleja la crisis cotidiana que enfrenta el sistema público de salud en México. Médicos y personal de enfermería denuncian que trabajan bajo condiciones extremas: sin los insumos más básicos para operar con seguridad, con turnos dobles por la falta de personal, y sin medicamentos para tratar a pacientes con enfermedades crónicas, emergencias o incluso padecimientos comunes. En varias unidades médicas, ya ni siquiera hay suficientes jeringas, suturas, antibióticos, gasas o guantes.
La situación es especialmente crítica en el Estado de México, una de las entidades más densamente pobladas del país, donde la saturación hospitalaria se ha vuelto la norma. En hospitales generales como el de Ecatepec, Ixtapaluca, Nezahualcóyotl y Naucalpan, se reportan filas de hasta ocho horas para una consulta general, y pacientes que deben esperar meses para acceder a una cirugía o tratamiento especializado. El personal médico ha denunciado que hay quirófanos sin funcionar por falta de anestesiólogos, camillas rotas que no se reponen y farmacias hospitalarias vacías. Hay zonas donde los pacientes deben trasladarse hasta dos horas para ser atendidos en una clínica con capacidad básica.
En medio de esta crisis, resuenan las palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien en repetidas ocasiones aseguró que México tendría un sistema de salud “como el de Dinamarca”. Desde 2020, la promesa ha sido reiterada: un modelo de atención médica de primer nivel, con cobertura gratuita, medicamentos garantizados y personal suficiente en todos los niveles. Incluso se fijó como plazo final diciembre de 2023 para alcanzar ese objetivo.
Sin embargo, la realidad en los hospitales públicos contradice esa visión. Mientras Dinamarca mantiene una cobertura de vacunación de casi el 100% y una infraestructura robusta de prevención, en México han comenzado a resurgir enfermedades que durante décadas se mantuvieron controladas o prácticamente erradicadas.
En los últimos años, enfermedades como el sarampión, la tuberculosis, la poliomielitis y la hepatitis A han mostrado un repunte preocupante. Especialistas apuntan directamente al desabasto de vacunas y la ruptura de las cadenas de distribución durante este sexenio. La desaparición del esquema universal de vacunación en varias regiones, especialmente rurales, ha dejado a miles de niños sin protección ante enfermedades potencialmente mortales. En 2021, México registró uno de los niveles más bajos de cobertura de vacunación infantil en más de dos décadas.
Además, la desaparición del Seguro Popular y la fallida implementación del INSABI generaron un caos institucional que aún no se resuelve del todo. La transición al modelo IMSS-Bienestar no ha logrado estabilizar la entrega de medicamentos ni garantizar la cobertura en estados que aún no cuentan con infraestructura adecuada. Hay clínicas donde una sola enfermera cubre turnos de hasta 36 horas, y hospitales que trabajan sin médicos especialistas porque no hay incentivos suficientes para ocupar las plazas disponibles.
Y a esta crisis humana y estructural se suma el abandono histórico de infraestructura médica. Durante el gobierno de Eruviel Ávila en el Estado de México, se prometieron más de 20 hospitales como emblema de modernización del sistema de salud. Sin embargo, muchos de esos proyectos nunca se concluyeron. Hospitales en municipios como Zinacantepec, Tepotzotlán, Acolman y Chicoloapan siguen cerrados, deteriorándose, pese a haber costado miles de millones de pesos del erario. Hoy, invadidos por la maleza o parcialmente saqueados, son testigos silenciosos del despilfarro y la impunidad.
En contraste con la promesa de un sistema “como el de Dinamarca”, miles de pacientes mexicanos siguen esperando meses por una consulta, una operación o un tratamiento que no llega. La salud pública en México no está a la altura de un país escandinavo, sino en una lucha diaria por sobrevivir con recursos limitados, personal agotado, medicamentos escasos y estructuras que se caen a pedazos.
La crisis no solo es material, también es humana: detrás de cada cirugía cancelada hay una historia de dolor aplazado. Detrás de cada hospital abandonado, un proyecto de vida que nunca llegó a salvarse. Y detrás de cada niño sin vacunar, una tragedia que se pudo evitar.