CULTURA

Juguetes de madera se resisten a la extinción

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Desde las maderas hasta el achiote para pintar, los juguetes de madera se resisten a la extinción, y comerciantes potosinos hacen un esfuerzo por llevarlos hasta las manos de los pequeños, o los rincones de los coleccionistas, como una buena idea para dar con qué jugar a niños cada vez más poseídos por los demonios de las apps y las redes sociales en sus smartphones, las que les dan destrezas para juegos de competencia, pero no las habilidades de coordinación física ni el calor de las tablas que por igual son piezas planas que redondas, agujeros o palos que embonan para producir juegos divertidos o juguetes de verdad.

Oscar Cortés y María Elena Jaime Cisneros, comerciantes de este tipo de juguetes, lo saben. Hacen su esfuerzo por acomodar los mismos entre los clientes, cada cual en su estilo y con su oferta, sus productos de orígenes distintos y diseños que van desde lo muy michoacano hasta lo más potosino.

Desde las cuerdas de una guitarra hasta un juego de ajedrez, el trompo y el yoyo, Óscar presume que vende lo que fabrican sus propios conocidos y hasta familiares. Su preocupación ahora es que mientras algunos siguen comprando juguetes de madera, hay otros niños que pasan con sus mamás o papás por enfrente del puesto del Mercado Hidalgo, viendo un celular en el que tal vez juegan o hasta escuchan las irreverentes letras del reguetón.

Óscar lleva 22 años vendiendo juguetes artesanales en el Mercado Hidalgo, pero su extinto padre comenzó hace más de medio siglo. Ya hay una segunda generación, pero poco a poco va apareciendo la tercera.

“Nosotros somos originarios de Michoacán, nada más que mi papá llega aquí a San Luis y ve que todo este mercado está virgen, aparte de que él ya trabajaba el producto en ese entonces, porque con métodos y herramientas tradicionales hacía cosas de madera como rodillos, cucharas, palas y utensilios de cocina, además de casi todo lo relacionado con ebanistería”, recuerda el comerciante.

Pasado el tiempo, dice, su padre dio cuenta que ganaba más vendiendo que fabricando, y entonces empieza a traer todo lo que produce la familia; ellos elaboraban el balero, el trompo y el yoyo”.

“Ahorita ya no viven, pero a raíz de eso empezó a traer todo este producto y ya son 29 años desde que yo le ayudé”, señala.

Recordó que hace medio siglo, su papá comenzó con un negocito afuera del crucero de las calles Insurgentes y Morelos, en una carreta que él hizo y acondicionó para meter solamente guitarras, porque solía arreglarlas, vendía mucho utensilio de cocina en aluminio y lámina, y metía las cucharas, los rodillos, los molinillos y las palas, que es lo que él hacía”.

“Sin embargo, fue agregando poco a poco los juguetes cuando se incorporó al mercado y es cuando ya sabes que ese producto puedo ponerlo aquí pero también puedo mezclar esto; entonces nosotros hijos crecimos y cada quien empezó a intervenir en el negocio. “Ya nosotros ya no fabricamos nada, pero todo viene de allá del Estado de Michoacán”, indica.

De títeres, yoyos, trompos, juguetes didácticos, guitarras, flautas, xilófonos, flautas, claves, panderos, tambores, maracas, güiros, acordeones, souvenirs, churumbelas (una especie de pirinola -los niños giran la churumbela-), se hacen los mejores juegos.

Basta con un poco de dinero, ganas de entretener a los pequeños con algo sano, y si los tatarabuelos jugaron con lo mismo que tendrán los pequeños en sus manos, seguramente se divertirán.

Óscar advierte que el escenario más triste que puede ver es un grupo de niños conectados a su celular, porque lo menos que hacen es aprender, relacionarse con sus hermanos o amigos y primos, y jugar algo que pueda despertar su creatividad.

“Los niños ya no conviven por estar en los aparatos, y podemos afirmar que casi nadie de los usuarios de algún teléfono conoce el tangram, un pequeño juego que permite formar diferentes figuras y puede ser elaborado incluso de madera, y a veces ni siquiera los conocen hasta que se los piden en el kínder o en la primaria”.

Todavía encuentra señoras que acuden a comprarle juguetes tales como los trompos o los yoyos, y los regalan en rifas, por ejemplo, en las fiestas patrias.

Advierte que para que un juguete divierta, el fabricante tiene que tener los conocimientos y las medidas, si es por eso que hay fabricantes especializados en diferentes tipos de juguetes.

Si fuera posible recrear el regadero de juguetes de los nuestros abuelos, estarían ausente los teléfonos celulares, y los patios y zaguanes regados de colorido, alegría y niños en pleno desarrollo de destrezas.

En esta era digital, es más sencillo preguntar a quién no le enseñaron a jugar con un juguete tradicional. Abundan los pequeños usuarios de redes y plataformas de videojuegos.

Para ellos, se debe saber que un juguete de los artesanos mexicanos les ayudaría a recrear historias que no están predeterminadas.

Los vendedores de juguetería extrañan ver con frecuencia a niños que juegan con marionetas, que controlen los hilos con destreza y den vida a personajes que cuenten historias.

Es más, valdría la pena ver a niños que juegan con títeres de guante o utilizan sus dedos para dar vida a caras que proyectan emociones.

Pocos son los que toman un yoyo y realizan malabares con él, hacen un sube y baja tradicional, o también lo ponen a jugar para hacer algunas figuras complicadas como el trapecio y el columpio que por años premiaron los programas infantiles de las televisoras.

Girar un trompo es toda una actividad de aprendizajes transmitidos por más de cinco generaciones, y tratar de hacerlo bailar o moverse hacia diferentes direcciones, es una actividad provocadora para la vanidad de los niños más hábiles.


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